El discurso ambiental ha sido uno de los más usados por los intereses del capitalismo con el fin de justificar los saqueos de recursos naturales, la apropiación y alteración de ecosistemas y el control absoluto de la naturaleza para convertirla en la abastecedora en potencia de las diferentes industrias, a costa de su propio deterioro. La elaboración de los denominados biocombustibles es un ejemplo claro de esto, pues se fomentan bajo el amparo del cuidado del medio ambiente, la disminución de gases tóxicos en el aire aparte del incremento del precio del petróleo.
El discurso ambiental ha sido uno de los más usados por los intereses del capitalismo con el fin de justificar los saqueos de recursos naturales, la apropiación y alteración de ecosistemas y el control absoluto de la naturaleza para convertirla en la abastecedora en potencia de las diferentes industrias, a costa de su propio deterioro. La elaboración de los denominados biocombustibles es un ejemplo claro de esto, pues se fomentan bajo el amparo del cuidado del medio ambiente, la disminución de gases tóxicos en el aire aparte del incremento del precio del petróleo.
En esta medida, la elaboración de lo que algunos sectores políticos denominan combustibles alternativos se convierte en una alternativa ¿para quién? ¿Será que es una alternativa para el medio ambiente? Para responder a estas preguntas habrá que tener en cuenta varios aspectos. En primer lugar la situación actual entre los países productores con los países importadores de petróleo, en segundo lugar quienes controlarían el mercado de los biocombustibles y en último lugar las consecuencias para la población y para los ecosistemas.
Respecto al estado actual de las relaciones entre países exportadores de petróleo y los importadores hay que destacar que quienes controlan actualmente el mercado del petróleo son: Angola, Arabia Saudita, Argelia, Emiratos Árabes Unidos, Indonesia, Irán, Iraq, Kuwait, Libia, Nigeria, Qatar y Venezuela. Este último país es uno de los mayores abastecedores de Estados Unidos, el cual devora uno de cada cuatro barriles de crudo que produce el planeta, y uno de cada dos de gasolina. Dicha situación nos lleva a evaluar las relaciones que en los últimos años han tenido Venezuela y Estados Unidos, las cuales han sido bastante deficientes pese a la notoria dependencia que mantiene Estados Unidos de Venezuela.
Esto nos lleva a inferir en primera instancia, que el auge de los biocombustibles posibilita que en cierta manera Estados Unidos no dependa de Venezuela por medio del Petróleo. Además que en la forma como está planteada la propuesta de los biocombustibles fortalecería la economía Estadounidense pues la mayor parte de la producción se iría para allá y sus proveedores –algunos países latinoamericanos- se incorporarían a la producción con el rol de abastecedores del norte a cambio de inversiones y tecnologías para el fomento de la agricultura.
Al observar el papel que cumplen los países latinoamericanos recordamos la afirmación de el ecologista Barry Commoner, “el planeta está dividido en dos:El hemisferio norte contiene la mayor parte de la moderna tecnosfera, sus fábricas, plantas de energía eléctrica, vehículos automóviles y plantas petroquímicas y la riqueza que la misma genera. El hemisferio sur contiene la mayor parte de la gente, casi toda desesperadamente pobre. El resultado de esta división es una dolorosa ironía global: los países pobres del sur, a pesar de estar privados de una parte equitativa de la riqueza mundial, sufren los riesgos ambientales generados por la creación de esta riqueza en el Norte”. (1)
Esta afirmación cobra aún mas sentido cuando se comienzan a señalar las consecuencias ambientales que se producen en nombre del ambientalismo. El amplio uso de cultivos que en otras circunstancias serian usados para la alimentación de la población ahora irán a alimentar los vehículos; aparte de que para el cultivo masivo de estos productos como el maíz y la caña de azúcar será destinada una gran cantidad de agua dulce, produciendo así la privatización del agua.
Es evidente que la privatización del agua, el fomento de monocultivos y la reducción de cultivos para el alimento no son precisamente una alternativa para el medio ambiente, sino una alternativa par la potencia Norteamericana de librarse en gran parte de la dependencia de Venezuela, quien controla gran parte del mercado del petróleo, uno de los pocos mercados que no controla Estados Unidos y una alternativa para seguir saqueando los recursos naturales de los países del sur a los cuales se les seguirán aplicando políticas intervencionistas. Esto seguirá siendo una constante mientras el ideal desarrollista siga primando sobre la población y sobre la naturaleza.